La historia de N., la mujer que dejaba comida frente al espejo

Alzheimer-espejo

N. abrió el armario malhumorada. Le faltaba ropa. La otra mujer debía habérsela robado. Al día siguiente seguro que la vería al otro lado del cristal riéndose de ella y luciendo su vestido favorito. Era la gota que colmaba el vaso.

Al principio la otra mujer se limitaba a saludar, pero con el tiempo se mostraba cada vez más engreída. La señora N., a sus 78 años, no se dejaba provocar por sus insultos e intentaba ganarse su confianza preparando platos de comida y dejándoselos frente al cristal. Pero, aunque la comida desparecía durante la noche, la otra mujer también aprovechaba sus viajes nocturnos para salir al otro lado y robarle pequeñas joyas.

Aunque esta vez había sido su vestido favorito. Hasta ahí podía llegar la cosa. Buscó en uno de los cristales a la otra mujer y se encaró con ella, acercando su rostro a la sonrisa burlona del otro lado del cristal. Aunque le dijera algo, no era capaz de escucharla, solo lograba ver sus labios moverse y adivinar varios insultos en sus palabras.

La maldijo e insultó con todas sus fuerzas. Golpeó el cristal pidiendo que le devolviera su vestido, que ella no se merecía eso, que podían haber sido amigas.

Los gritos llamaron la atención de su hija, que entró en la habitación de la madre. Ignorando la burla de la otra mujer, tumbó a su madre en la cama pidiéndole que se relajara y se durmiera un rato. A regañadientes, N. accedió. Al salir del cuarto, la hija miró a su marido con un semblante triste:

– ¿Qué le ha pasado? – preguntó el marido alarmado.

– Lo de siempre, le estaba gritando a la mujer del otro lado del espejo.

N. sufre Alzheimer.

Existen muchos casos clínicos similares al de N., y en todos ellos el denominador común son los espejos. Son una fuente importante de alucinaciones y paranoia desde hace siglos.

En la mitología japonesa los espejos son considerados puertas al mundo de los espíritus, y advierten de la posibilidad de ver demonios entre nuestros reflejos, tratando de engañarnos para cruzar a su lado del espejo en un viaje sin retorno.

Probablemente los espejos ejercen ese misterioso efecto en nosotros porque son un problema complejo en nuestra concepción de la realidad. En nuestros primeros años de vida nos dedicamos a entender el mundo que nos rodea y una de las primeras lecciones consiste en que vivimos en un mundo tridimensional en el que los objetos ocupan un espacio físico, por el que nos podemos desplazar.

Si pensamos en esta lección comprenderemos que un espejo es una auténtica paradoja. Es un pequeño fallo en la realidad que aprendemos durante nuestro primer año de vida. Si mostramos un espejo a un bebe de menos de un año, pensará que su reflejo es un compañero de juegos y se mostrará amigable con él.

Durante el segundo año los bebes empiezan a ignorar a su reflejo, y a partir de los dos años ya actúan con normalidad frente a él.

Otros animales también son capaces de reconocer su reflejo en el espejo, lo que se considera una señal de autoconsciencia. El experimento para estudiar si un animal es capaz de reconocerse en el espejo es sencillo: ponemos una mancha de pintura en la cara del individuo y lo situamos frente al espejo.

Si el animal reconoce su propio reflejo, intentará a quitarse la mancha de su cara, en caso contrario tratará de limpiar el reflejo del espejo. Muy pocas especies de animales han pasado el test del espejo: delfines, elefantes, chimpancés, bonobos, orangutanes y orcas.

Los gatos y perros no entran en la lista, como una búsqueda rápida en YouTube puede confirmar.

Cuando en el año 1943 se describieron los síntomas del autismo, uno de ellos mencionaba el interés del autista por mirar su reflejo en el espejo durante horas. Se interpretó que el paciente había perdido la capacidad de reconocer su reflejo ya que observaba el espejo con curiosidad.

Este síntoma fue llamado signo del espejo. Posteriormente se comprobó que este síntoma no era único del espectro autista, sino que también estaba presente en numerosas enfermedades neurológicas, como el alzhéimer o la demencia. Sin embargo, hay diferencias entre los síntomas de los diferentes pacientes.

En numerosas ocasiones los pacientes no reconocen su reflejo en el espejo y son capaces de sustituirlos por alucinaciones visuales. No sólo no se ven a ellos mismos, sino que ven a otras personas. Existen casos clínicos de pacientes que observan en los espejos a personas más jóvenes o mayores, con diferente sexo, e incluso en ciertas ocasiones, ven a un animal pequeño (como un gato) o a un niño.

Normalmente estas alucinaciones son visuales pero no auditivas: el reflejo que observan permanece en silencio sin decir nada, o habla y grita sin emitir sonido. Y curiosamente, en la mayoría de casos clínicos la visión del otro lado del espejo se muestra violenta y enfadada.

El caso clínico de la señora N. terminó con un final feliz. N. sufría una variedad de alzheimer temprano, cuyo único síntoma eran las alucinaciones en el espejo. Si no había espejos en la sala el comportamiento de N. era completamente normal, pero la presencia de la mujer en el espejo le provocaba ansiedad y ataques de ira.

La primera recomendación médica fue retirar los espejos de su casa para disminuir su estrés. Sin embargo, los familiares no quitaron el espejo interior del armario ni el del baño. Durante los siguientes meses N. estuvo convencida de que la mujer vivía dentro de su armario.

Tras varias visitas al médico para controlar su ansiedad, un neurólogo descubrió que N. aún era capaz de reconocer su reflejo siempre y cuando el espejo en el que se observara fuera pequeño, del tamaño de su cabeza. Se le ocurrió hacer una terapia improvisada presentando a N. espejos gradualmente más grandes, recordándole que era su reflejo el que veía todo el tiempo.

Tras dos meses de tratamiento N. dejó de ver a la mujer del espejo, mejorando sus crisis de ansiedad.

Un año después N. aún no ha vuelto a ver a la otra mujer, aunque con cierta melancolía confesó a su neurólogo que en ocasiones la echaba de menos. Cada vez que N. se mira al espejo ya no ve a esa mujer joven que se llevaba su ropa y joyas, ahora solo ve algo más triste y aburrido, a ella misma.


Fuente con Licencia CC4.0: Neuronas y Centellas – N. (o la mujer que dejaba comida frente al espejo) por Daniel Gómez.

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