Los Búhos y las Alondras (o cómo decidimos a qué hora dormir)

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Francia, 1729. El astrónomo Jean-Jacques d’ Ortous de Mairan se dirige al cobertizo que hay en su jardín. Es simplemente una pequeña cabaña con las ventanas tapiadas y una doble puerta que le permite entrar y salir sin dejar pasar la luz del exterior. El más mínimo haz de luz mandaría al traste su experimento. Entra con mucho cuidado para no dejar pasar el sol de mediodía y busca a tientas la primera maceta. Se acerca a ella y posa de manera delicada los dedos sobre las hojas de la planta, casi acariciándolas.

El motivo por el cual este astrofísico había preparado un cobertizo así para usarlo como laboratorio es una discusión científica antigua. Eran los comienzos de la botánica y del estudio de las diferentes especies de plantas, y había una en especial que había creado debate: la mimosa pudicaEsta planta es capaz de mover sus hojas, cerrándolas si son rozadas.

La mimosa no sólo cierra las hojas al sufrir un roce, sino que las cierra todas las noches. Durante la noche permanece con las hojas plegadas y al amanecer las vuelve a extender, así día tras día. El debate que mantenían los primeros botánicos era sobre este hecho.

La mayoría defendían la teoría de la luz solar para explicarlo: sabemos que las plantas necesitan luz para fabricar su alimento y sobrevivir, por lo que la falta de luz pondría a la planta en un estado de aletargamiento, lo que provocaría el cierre de las hojas. Cuando amanece y la luz vuelve a incidir sobre las hojas, estas se extenderían de nuevo para recoger la máxima luz posible.

Casi todo el mundo estaba conforme con esta explicación, excepto el escéptico astrónomo Mairan, que diseñó entonces su sencillo experimento. Metería varias mimosas en un cobertizo a oscuras y observaría las hojas: si se cerraban mientras estaban dentro del cobertizo la teoría de la luz solar sería la correcta. Lo interesante fue que las mimosas no se cerraron, sino que siguieron haciendo su ciclo de apertura y cierre de hojas ignorando la luz solar.

Ya que era más dado a los estudios astronómicos, Mairan publicó con desgana sus resultados en un artículo de únicamente 350 palabras, (aproximadamente las que llevamos hasta ahora en este artículo). 350 palabras que revolucionaron el campo del sueño, y que llevaron a otro investigador a encerrarse en una cueva durante un mes. Todo por tratar de responder a una simple pregunta: ¿cómo decidimos a qué hora irnos a dormir?.

El reloj biológico

El hecho de que las mimosas abran y cierren sus hojas cada día obedece a un reloj biológico interno. La mayor parte de los seres vivos estamos adaptados a un ciclo de vida de 24 horas, y poseemos equilibrios bioquímicos que funcionan siguiendo este ritmo, actuando como un reloj.

El hecho de que los seres humanos nos levantemos de día y queramos acostarnos por la noche son efectos secundarios de este reloj biológico, y este ritmo de (casi) 24 horas que sigue nuestro cuerpo se le llama ritmo circadiano.

Para demostrar esto, es decir, si los humanos también funcionamos con un ritmo parecido al de las mimosas, el investigador Michel Siffre decidió encerrarse de forma voluntaria en una cueva durante varios meses para repetir el experimento de Mairan. El único que tenía acceso a la cueva era su ayudante para llenar la despensa de alimentos, pero debía entrar en horarios aleatorios y sin dar pistas sobre la hora).

Siffre apuntaba el momento en el que se iba a dormir y el momento en el que se despertaba con la ayuda de un cronometro. Pudo comprobar que los seres humanos tenemos un reloj biológico como el de las plantas, pero que está curiosamente retrasado. Sin la acción del Sol, nuestro cuerpo funciona bajo un ritmo de 48 horas, el doble de un día natural. Es decir, pasado el tiempo Siffre acababa durmiendo cada dos dias, ampliando su ciclo de sueño.

Esto funciona gracias a la coordinación de dos estructuras de nuestro cerebro. Por un lado el núcleo supraquiasmático (una pequeña región del tamaño de una cabeza de alfiler de apenas 10000 neuronas). Estas 10000 neuronas están encargadas de activarse y desactivarse de manera rítmica, actuando como un marcapasos para el resto de las estructuras cerebrales y “llevando la hora” a lo largo de nuestra vida.

La otra estructura implicada es la glándula pineal, situada cerca de la primera y con el tamaño de un grano de arroz. En ciertos momentos del día el núcleo supraquiasmático activa la glándula pineal haciendo que segregue una hormona llamada melatonina que produce sueño. Nuestro reloj interno repite este patrón de segregación de melatonina cada casi 24 horas, haciendo que sintamos sueño en el mismo momento del día.

Por supuesto, esta explicación está simplificada. Se sabe que la glándula pineal está asociada a sus propios receptores de la luz haciendo que la secreción de melatonina se corte rápidamente en presencia de luz solar, a la vez que favorece la secreción de otra hormona capaz de despertarnos: el cortisol. El equilibrio de estas dos hormonas define nuestro estado de alerta a lo largo del día y de la noche.

Los búhos y las alondras

Como ya he dicho, el ser humano trabaja bajo un ritmo de 48 horas en la oscuridad. Cada mañana al despertarnos la acción de la luz solar aumenta nuestros niveles de cortisol y disminuye los niveles de melatonina, ajustando nuestro reloj al ciclo de 24 horas.

Este proceso de rectificación también se aplica en cambios extremos de horario, como sucede al viajar a un país lejano y sufrir el jet-lag; y también es probable que lo hayas sentido cuando sales de una discoteca por la mañana y te sientes con un repentino incremento de energía.

Por otro lado, este equilibrio hormonal se ve afectado si no descansamos lo suficiente a través de otros mecanismos neurológicos independientes, y precisamente estas hormonas pueden ser recetadas para trastornos de sueño como el insomnio.

Si medimos los niveles de melatonina y cortisol de una persona a lo largo del día podemos conocer el estado de alerta, obteniendo un gráfico similar a éste:

Evolución del estado de alerta de una persona a lo largo del día (aproximado)

Como vemos nuestro estado de alerta aumenta a lo largo de la mañana, alcanzando un pico aproximadamente a mediodía. A las 2 de la tarde aproximadamente tenemos un pico de sueño (que coincide con la hora de la siesta de manera natural). Luego aumenta nuestra actividad hasta las 8, y posteriormente disminuye hasta dormirnos sobre medianoche.

Lo curioso es que esta gráfica varía según la persona. En la mayoría de nosotros la gráfica contiene la misma curva, pero desplazada a la derecha o a la izquierda. La gente con la gráfica desplazada hacia la mañana se despierta más pronto y se acuesta antes, mientras que los que tienen la gráfica hacia la noche tienen sueño más tarde y se levantan más tarde.

En ciencia se conocen como alondras a los del primer caso y búhos a los del segundo. Estos nombres vienen dados por estas aves, que tienen ciclos de sueño que coinciden con estos dos tipos de gráficas.

Es bueno saber a qué grupo perteneces (aunque lo normal es estar en el medio). Las alondras son especialmente activas durante el mediodía y es el mejor momento para que se dediquen a tareas físicas o intelectuales complicadas. En cambio los búhos están más concentrados durante la tarde, sobre las 7. Conocer tu ritmo de sueño te ayudará un poco a organizar la agenda.

Las discotecas son para las alondras

Cuando pensamos en el tema de búhos y alondras, la mayoría tenemos el concepto de que los búhos serán vividores de la noche y las discotecas, y las alondras no pisan una discoteca fácilmente porque se quedarían dormidos.

Con esa idea en mente el científico Till Roenneberg realizó un estudio comparando el ritmo circadiano de la gente que asistía a discotecas durante los fines de semana frente a los que se quedaban durmiendo. Los resultados del experimento son justo lo opuesto: las discotecas están llenas de alondras mientras los búhos están disfrutando de una película arropados. ¿Por qué?.

La clave está en el mundo en el que vivimos: un mundo de alondras. En la mayoría de empleos debemos levantarnos temprano y trabajar durante la mañana y parte de la tarde, el peor horario para los búhos. Al tener que adaptarse a este ritmo van acumulando la falta de horas de sueño y durante el fin de semana se dedican a recuperarse de este “jet-lag social”.

En cambio las alondras viven perfectamente según su horario, por lo que el fin de semana están descansados y dispuestos a darse el lujo de salir toda la noche.

Cuando Mairan acarició las hojas en el cobertizo no pudo imaginar que gracias a él entenderíamos tanto sobre el sueño y acabaríamos dividiendo en mundo en búhos y alondras. Tampoco se sabía que estos dos grupos estamos condenados a vivir juntos en una batalla de horarios con una aplastante victoria por parte de las alondras.

Para los búhos: si alguien os dice que espabiléis cuando salís de noche, ya sabéis que contarle. Yo me voy a recuperar horas de sueño.


Fuente con Licencia CC4.0: Neuronas y Centellas – Las mimosas dormidas (o por qué me duermo en las discotecas) por Daniel Gómez.

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