“La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores. –Sigmund Freud – Nuestra actitud hacia la muerte (1915).
En múltiples foros, artículos, libros y demás, se insiste en distinguir al psicoanálisis de la psicoterapia. La insistencia radica en resaltar el hecho de que el psicoanálisis no pretende “curar” en su sentido adaptativo que suele usarse en el campo “psi” y cuya teleología pertenece prácticamente a toda psicoterapia.
Otro punto que se reitera es que desde la perspectiva psicoanalítica no existe verdaderamente un modelo de salud-enfermedad; digamos que todos somos poseemos un cierto grado de “patología” (bastante claro este punto con el título del clásico texto freudiano Psicopatología de la vida cotidiana, es decir, la vida misma contiene normalmente elementos patológicos o al menos sintomáticos).
Desde una lectura de esta índole, el sujeto que acude a un psicoanálisis y cuyo motivo que lo lleva es un intento de suicidio, o al menos pensamientos recurrentes sobre ello, el psicoanalista tiene frente a sí a una persona que dista de comprenderla como enferma mentalmente, pero esto no significaría que no deba plantearse como objetivo impedir el suicidio.
Por un lado, los más extremistas psicoanalistas plantean que la labor real de un psicoanálisis es interpretar y hacer consciente lo inconsciente, responsabilizando de esta manera al Yo de aquellos deseos que reprime; si el resultado de esta labor conduce al sujeto a la felicidad o a la adaptación, es una finalidad secundaria ajena a la propia labor del psicoanalista.
Si reducimos al psicoanálisis de esta manera, un acto como el suicidio durante el análisis podría incluso leerse no como un error o falla del mismo, si no como la asunción del deseo de muerte.
Me parece que una lectura de esta índole es errónea y reduccionista, si bien coincido en que el objetivo del psicoanálisis no es adaptar a una sociedad que en sí misma ha generado como síntoma a las psicoterapias, tampoco considero apropiado desmarcarse de una responsabilidad clínica y social hacia la persona que se hace psicoanalizar.
El psicoanalista, cuando recibe a un sujeto con una tentativa de suicidio, el planteamiento que debe imperar es considerar inadecuada dicha vía como solución al conflicto interno que presenta y acude a mostrar. Si bien, hay que tener en cuenta no fungir inmediatamente como una madre protectora que cuida y consciente, tampoco tendría por qué no pensarse que un objetivo per se sea el impedir el suicidio.
Ante el psicoanalista, se presenta un sujeto psíquico escindido, cuyo Yo débil y sufriente acude y demanda ayuda. En realidad, de alguna manera el Yo continúa negando que la muerte se dé en el suicidio, es decir, lo que en realidad pretende es la incesante búsqueda de placer, no la desaparición misma de su conciencia, sino la huída del dolor.
Si bien, los motivos por los cuales el suicidio aparece como una vía de solución, el analista los tiene que comprender entonces desde la lógica de la metapsicología, en donde los conflictos entre las diversas instancias psíquicas y las pulsiones generan sufrimiento en el Yo, todo lo hace desde una búsqueda de recuperación o mantenimiento de la vida del sujeto.
En última instancia, es cierto que el psicoanálisis no pretende curar, hacer feliz o adaptar, sino tan sólo –como bien insistió Freud en su definición de la salud psíquica– devolver la capacidad de amar y trabajar, adjudicar al Yo su miseria humana y hacerlo capaz de enfrentarla sin la necesidad de un pasaje al acto irreversible.
Fuente con Licencia CC3.0: Filosofía y Psicoanálisis – El psicoanálisis ante el suicidio por José Vieyra.