Estoy casi seguro de que te importa tratar bien a las personas y ser bien tratado. Más allá de las diferencias individuales que hay entre nosotros, las “neuronas espejo” son la base neurológica que hace que seamos empáticos por naturaleza.
Puede que tus problemas o tu estrés te lleven a ser absorbido por la tarea y te alejen de estar pendiente de las personas… pero la pérdida de conexión y la renuncia a algo que es natural en tí tiene también sus costes…
Y es que esto de las emociones funciona como si se tratara de una wifi que no se puede desconectar: una “wifi emocional” que -tal y como sugiere este video– podemos utilizar para crear climas emocionales más positivos y para contrarrestar los negativos.
Tengo la sensación de que hay una conciencia creciente sobre la importancia de la empatía porque todo el mundo habla de ella en la misma medida en la que parece estar ausente de nuestras vidas. Y quizás la sensibilidad por la empatía esté todavía más presente en los emprendedores.
Sin ir más lejos, el otro día trabajábamos el tema de la gestión de interrupciones dentro del programa SBitamina y el asunto que más preocupaba era cómo ser asertivo con alguien que nos interrumpe no tirando a la vez la empatía por la borda (si, por ejemplo, le propongo a alguien posponer lo que me plantea para otro momento, ¿no estoy siendo poco empático?)
Creo que esto tiene que ver con una forma errónea de entender la empatía y concretamente con 2 aspectos de la misma.
La empatía es limitada
Si a veces llegas a casa con tu capacidad empática por los suelos sabes de qué te hablo. Y es un problema porque a veces llegamos donde las personas que más queremos “hechos unos zorros”. La cosa es que, al igual que los niveles de energía van agotándose conforme pasa el día, también nuestra capacidad de escucha y de prestar una atención de calidad va reduciéndose a lo largo del día.
¿Podría tener sentido, entonces, elegir bien con quién “gastamos/ invertimos” nuestra empatía? No se trata de dejar de ser correctos con todo el mundo, se trata más bien de la cantidad de tiempo que dedicamos a empatizar con otros. Dejarnos interrumpir frecuentemente, por ejemplo, es algo que nos va haciendo perder productividad y que nos genera estrés. Un estrés que pagamos nosotros mismos y otros.
En este sentido, gestionar asertivamente algunas interrupciones puede ser una forma de gestionar mejor la propia energía y poderla también compartir de un modo más eficaz.
Empatía no es simpatía
Ambas comparten el sufijo con antipatía y apatía y este “pathos” se refiere a “sentir”. En el caso de la empatía sería “sentir con” y en el de la simpatía sería ·”sentir por”. La simpatía, así, te puede llevar a sentir “por” el otro, a ser “simpático” pero no necesariamente a ser eficaz. La empatía, por el contrario, es algo que nos hace más eficaces por la vía de que los demás se “sienten sentidos”.
Tú puedes mostrar a alguien que te estás poniendo en sus zapatos y seguidamente decirle que “no” a lo que te esté proponiendo. Y es que el valor básico de la empatía reside en el ejercicio de mostrar atención, presencia y respeto (quizás al menos un poco) a la otra persona. No en el de dejarlo todo por atenderle en el momento o decir que sí a todo lo que nos plantee.
Decir que “sí” por evitar el conflicto o la tensión no tiene nada que ver con la empatía. Decir que “sí” en esos casos es a la vez decirnos que no a nosotros mismos (que tendremos que posponer otros asuntos) o a otras personas cuyos asuntos habrá que posponer o con quienes no nos quedará empatía que compartir.
Fuente con Licencia CC3.0: KBidasoa – Los límites de la empatía por Alberto Barbero.