Podemos saber cuándo una persona está escuchando su música favorita, pues su cuerpo le traiciona. Sus pupilas se dilatan, aumenta su presión sanguínea y disminuye la conductancia eléctrica de su piel. Su cerebelo, una estructura implicada -entre otras funciones- en el movimiento, empieza a estar más activo de lo normal.
Su torrente sanguíneo se redirige a los músculos de las extremidades y, de forma casi inevitable, observamos ese golpeteo con el pie marcando el ritmo de la melodía que le recorre como un escalofrío. ¿Cómo puede una masa de aire vibrante desencadenar una reacción emocional tan intensa?
La neurociencia nos está permitiendo abordar el estudio de la música desde nuevas perspectivas nunca antes imaginadas. ¿Por qué nos afecta tanto la música? ¿Qué ocurre en el cerebro del artista cuando compone su música? ¿Por qué hay personas que no pueden contener el impulso de bailar cuando suena su canción favorita? ¿Cómo puede una melodía transmitir un mensaje sin usar palabras?.
Aunque algunas de estas preguntas aún carecen de una respuesta satisfactoria, veamos qué nos dice la ciencia de momento. Por ejemplo, ¿por qué nos venimos arriba con la música que nos gusta?
El cerebro adicto
Estudios de imagen cerebral han señalado el papel fundamental del llamado circuito del refuerzo en las respuestas que la música nos evoca. Algunos consideran este circuito como “el centro del placer” del cerebro, puesto que se encuentra especialmente activo en todas las actividades que nos provocan esta sensación, ya sea alcanzar la meta en la maratón, descubrir la solución a ese problema que nos tenía atascados desde hacía unos días o disfrutar de un orgasmo.
Como explica Ernesto Tarragón en su blog, el tema es un poco más complicado: aunque lo reforzante y lo placentero muchas veces van de la mano, no son lo mismo. Algo reforzante nos empuja a volver a comportarnos igual, a repetir nuestra conducta. No obstante, de momento podemos quedarnos con esta simplificación del centro del placer.
Hasta aquí nada nuevo. No hacía falta que vinieran los neurocientíficos a decirnos cómo nos sentimos cuando escuchamos la música que más nos gusta. Pero podemos coger estos datos y hacer algo útil con ellos: cambiemos de perspectiva.
Por desgracia, los psicólogos y neurocientíficos saben desde hace tiempo que el circuito del refuerzo también funciona para las sensaciones de placer menos sanas, como el abuso de sustancias.
De la misma forma en que la imagen visual de la línea de meta llega a nuestros ojos y alcanza el circuito del refuerzo en nuestro cerebro, la cocaína, las anfetaminas y el resto de drogas estimulan de forma explosiva y enormemente placentera este circuito. Sin embargo, en este caso la recompensa es tan colosal que nuestro cerebro se adapta, se acostumbra, y nos hace ansiar furiosamente más y más cantidad de droga.
¿Y qué tiene que ver la adicción a las drogas con la música? Pues más de lo que cabría esperar, según parecen indicar estudios como el publicado por Valorie Salimpoor y su equipo de la Universidad McGill de Quebec. Mediante escáneres cerebrales, estos investigadores han podido observar que existe una relación directa entre la actividad del núcleo accumbens, una de las estructuras que forma el circuito del refuerzo, y lo mucho que te gusta una pieza musical.
Es decir, cuando una canción verdaderamente nos revuelve por dentro, la actividad en esta región de nuestro cerebro aumenta y aumenta. Sí, esa misma región que te encierra en el círculo vicioso de las drogas. De esta forma parece que tanto la adicción a las drogas como otras conductas, tan cotidianas como escuchar música o hacer deporte, comparten prácticamente los mismos mecanismos cerebrales.
Lo bueno siempre se hace esperar
Estos mismos investigadores, deseosos de saber más, se plantearon una curiosa pregunta: sabemos que cuando suena la música que nos gusta -ya sea el estribillo de la canción del momento o el motivo principal de esa sinfonía que nos hace temblar-, nuestro núcleo accumbens se enciende como fuegos artificiales, pero ¿qué ocurre justo antes de que llegue ese momento?
Lo que estos investigadores encontraron es que, segundos antes de sonar la parte principal de la melodía, comenzamos a sentir el éxtasis. Con un aumento de la actividad neural en el núcleo caudado, otra de las estructuras que forman el circuito del refuerzo, entramos en esa “fase anticipatoria” que nos sumerge en una expectación contenida y nos hace contener el aliento hasta que llega el momento. Aparece la melodía principal y nos invade esa sensación de resolución, de que por fin hemos alcanzado el punto culminante.
Como el adicto que se pierde en el frenesí que envuelve a la ingesta de la droga antes incluso de que ésta haga efecto, nuestro circuito del refuerzo nos da un anticipo del placer que nos provoca la llegada de nuestra parte favorita de la música. Pero no siempre llegar al final es la mejor parte.
De hecho, muchos compositores y músicos juegan con este fenómeno para manipular nuestro punto álgido de activación. Si consiguen transgredir nuestras expectativas retrasando la llegada del colofón -añadiendo notas inesperadas o disminuyendo el tempo– nuestra sensación de resolución aumenta, y nuestro “centro de placer” nos recompensa con una sensación aún más reforzante.
Podemos encontrar ejemplos claros en obras que todos conocemos como la 5ª sinfonía de Beethoven. La tensión aumenta y aumenta, y justo cuando sientes que se aproxima a la culminación, el compositor retrasa la cadencia final del movimiento (el esperado ¡chim-pón! que tan buen sabor de boca nos deja), da un rodeo, y mantiene la presión un poco más.
El filósofo y musicólogo estadounidense Leonard Meyer decía de la música que:
“Nos gusta escuchar música porque suena fascinante, enérgica, conmovedora, hermosa, distinguida, sensual y muchas otras cosas. Y logra sonar así precisamente a causa de la discrepancia entre nuestras previsiones y la realidad”.
Los psicólogos somos cada vez más conscientes de que no hace falta ingerir una sustancia para desarrollar una adicción (es el caso de las adicciones al trabajo, al juego o a las compras). ¿Y si la música tuviera también ese potencial de volverse adictiva? ¿Y si nuestro cerebro estuviera predispuesto a “engancharse” a la música?
Fuente con Licencia CC4.0: Psicomemorias – Neuropsicología del venirse arriba por Daniel Alcalá.