¿Sonreír para ser feliz?

Sonreir para ser feliz

Muchas personas –incluso profesionales de la salud mental– creen que podemos provocarnos una determinada emoción si forzamos los gestos o cambios corporales que suelen acompañar a dicha emoción.

Dicho de otro modo, sabemos que cuando estamos contentos se activa el músculo cigomático mayor, que eleva las mejillas y estira los labios provocando una bonita sonrisa. Pero, ¿nos pondremos contentos si nos obligamos a contraer ese mismo músculo, adoptando la mueca de una sonrisa aunque estemos tristes?

Un ejemplo de esta idea sería morder un lápiz para que los músculos de la cara imiten una sonrisa y, así, mejorar nuestro ánimo. Y esto es precísamente lo que encontraron los investigadores Fritz Strack, Sabine Stepper y Leonard Martin en un estudio publicado en 1988.

¿De dónde viene esta idea?

Como todo buen estudiante de primero de psicología sabe, en torno a la década de 1880, el filósofo neoyorquino William James y el físico danés Carl Lange ya se devanaban los sesos con esta cuestión. Para Lange, no parecía descabellado pensar que la expresión de una emoción es la emoción. Ambos propusieron que, de hecho, las cosas eran justo al contrario de lo que decíamos antes: serían los cambios corporales los que provocan las emociones, y no al contrario.

«El camino voluntario y soberano hacia la alegría, si la perdemos,
consiste en proceder con alegría, actuar y hablar con alegría,
como si esa alegría estuviera ya con nosotros»

–William James.

Es decir, para James y Lange las emociones se construyen a posteriori, interpretando las señales de nuestro cuerpo para darle una explicación a nuestra propia conducta.

Sin embargo, estas ideas quedaron obsoletas al poco tiempo, por incompletas. A principios del siglo XX, el fisiólogo norteamericano Walter Cannon y su estudiante de doctorado Philip Bard llevaron a cabo una serie de experimentos en los que comprobaron que el panorama era bastante más complejo.

Estos investigadores vieron que aquellos eventos o situaciones que nos provocan una emoción alcanzan, por separado, una región del cerebro involucrada en el sentimiento de la emoción, y otra encargada de desencadenar la expresión corporal de la emoción.

Lo más llamativo de estos estudios fue descubrir que ambos procesos se producen de forma simultánea, por lo que no habría razón para pensar que una de las dos precede al otro.

Aún así, desde entonces se han llevado a cabo un gran número de experimentos que han tratado de estudiar experimentalmente si podríamos influir en las emociones de una persona provocando determinados cambios corporales.

Estas ideas han trascendido a la vida pública hasta el punto de encontrar artículos periodísticos que afirman que “Sonreír os hará sentir más felices tanto a ti como a los que te rodean, en aproximadamente 30 milisegundos”.

Algunos de estos experimentos, como el que mencionábamos más arriba, han encontrado que sí, que se puede influir e incluso generar emociones mediante simples trucos para forzar expresiones corporales.

Pero cabe preguntarse si experimentos como el de Strack, Stepper y Martin han sobrevivido bien al paso de tiempo, pues ya sabemos que hoy en día se están poniendo en entredicho muchas de las cosas que los psicólogos dábamos por sabidas.

¿Y cómo lo hicieron?

Fritz Strack y Sabine Stepper de la Universidad de Mannheim, junto con Leonard Martin de la Universidad de Illinois, decidieron investigar si forzar una sonrisa podría mejorar nuestro ánimo. Estos investigadores llevaron a cabo un estudio publicado en 1988 en el que enseñaron a los participantes una serie de viñetas cómicas.

Mientras tanto, la mitad de ellos estaba sosteniendo un lápiz con los dientes, de tal forma que su cara imitaba el gesto de una sonrisa, mientras que la otra mitad lo sostenía con los labios, haciendo una mueca más parecida a la desaprobación.

Los resultados de este experimento mostraron que los participantes que sostenían el lápiz entre los dientes calificaron las viñetas como más graciosas. Los investigadores lo interpretaron de la siguiente forma: al forzar el gesto de una sonrisa, mejoramos nuestro estado de ánimo y, como consecuencia, estaríamos más predispuestos a percibir las situaciones como más positivas (o divertidas, en este caso).

Durante años, este experimento se usó como “prueba” de que, efectivamente, la expresión corporal de las emociones puede provocar dichas emociones. Es más, resultados como éste han llevado a gente como el escritor de autoayuda Eric Barker a defender ideas tan estrambóticas como que deberíamos llevar gafas de sol siempre, pues al deslumbrarnos tendemos a entrecerrar los ojos, y este gesto nos haría sentirnos preocupados sin razón. Por hablar que no quede.

Pero entonces, ¿es verdad o no?

A la luz de la creciente crisis de credibilidad que enfrentan algunos ámbitos de la psicología y otras ciencias, el propio Fritz Strack –el autor principal del experimento del lápiz en la boca– se ofreció hace unos años a ayudar a aquellos que quisieran repetir su estudio.

Así, un grupo enorme de investigadores de varios países dirigidos por Eric-Jan Wagenmakers de la Universidad de Amsterdam intentó repetir el experimento original de Strack con la ayuda de éste. Un total de 17 laboratorios repartidos en 8 países participó en la recogida de datos de casi 1900 participantes. Los resultados… digamos que no fueron del gusto de Strack.

La mitad de los laboratorios que participaron en este intento de replicación encontraron, como en el experimento original, que los participantes encontraban las viñetas más divertidas si se les forzaba a sonreír con el lápiz en la boca. Sin embargo, la diferencia era muy pequeña, de una o dos décimas en una escala de 10 puntos.

Para colmo, la otra mitad de los laboratorios encontró justo lo contrario: los participantes que sonreían puntuaron las viñetas como levemente menos divertidas que los que no sonreían.

Analizando todos los datos en conjunto, el efecto desapareció. Tan sólo había una pequeñísima diferencia (centésimas) que, lógicamente, no era estadísticamente significativa.

Y el veredicto es…

Como con los intentos de replicación del llamado power posing, nuestra conclusión es que no hay motivos para pensar que sostener un lápiz con la boca durante unos segundos para imitar una sonrisa pueda alterar nuestro estado de ánimo. Ojo, esto no invalida totalmente la posibilidad de que podamos influir en nuestras emociones a través de los cambios corporales que las acompañan, pero sí que nos hace ser más cautelosos con esos supuestos trucos que intentan vendernos para ser más felices.

Quizá lo de sostener un lápiz en la boca no es la mejor manera de imitar una sonrisa, pues al cabo de unos segundos es probable que acabemos babeando –cosa que no pasa en la mayoría de casos cuando sonreímos, salvo que veamos un cuerpo diez.

Suele decirse que cuando se cierra una puerta se abre una ventana, y la crisis de replicación abre un escenario donde no todo está perdido. Puede que baste cambiar lo suficiente dichos estudios y la forma de abordarlos para mejorar los resultados. Desechar los bolis llenos de babas puede ser una buena idea en ese sentido.

Strack se topó con uno de los mayores miedos de todo investigador, que el fruto de su trabajo quede como un accidente en lugar de como un gran descubrimiento. Sin embargo, es recalcable que intentara colaborar en la replicación de su estudio, demostrando un mejor talante del que otros clásicos no replicados de la psicología han tenido. Algunos de ellos aún hoy siguen viviendo del cuento. Seguiremos informando.

Para saber más…

Estudio original de Fritz Strack, Leonard Martin y Sabine Stepper (1988): “Inhibiting and facilitating conditions of the human smile: A nonobtrusive test of the facial feedback hypothesis”. Journal of Personality and Social Psychology, 54(5), 768-777.

Intento de replicación liderado por los investigadores Eric-Jan Wagenmakers, Titia Beek, Laura Dijkhoff y Quentin Gronau (2016): “Registered Replication Report: Strack, Martin, & Stepper (1988)”. Perspectives on Psychological Science, 11(6), 917-928.


Fuente con Licencia CC4.0Psicomemorias  ¿Sonreír para ser feliz? por Daniel Alcalá López.

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