Decimos que no podemos. En realidad, la única verdad es que no queremos. Nuestra mente jamás nos dejará reconocer(nos)lo en voz alta, pero casi nunca queremos perdonar.
Creemos que no podemos perdonar, porque perdonando liberaríamos a los otros de su culpa. De esa culpa que vemos, tan clara como imperdonable, de habernos herido, en cualquiera de sus formas, con sus acciones u omisiones, palabras o silencios.
Porque perdonando también tendríamos que aceptar, en ocasiones, parte de esa culpa, aceptar cómo nosotros permitimos que los otros nos hiriesen o cómo herimos nosotros también de alguna manera.
Perdonar no significa olvidar, ni siquiera significa que, tras el perdón, las cosas puedan ser de otro modo. Hay situaciones, relaciones, personas, inconjugables en nuestra vida. Perdonar no siempre es aceptar de vuelta a personas o situaciones que nos hirieron, no es retomar nada que no sintamos plenamente que nos va a aportar bien. Perdonar no significa hacer borrón y cuenta nueva, no siempre significa adquirir o recuperar algo.
Perdonar simplemente significa liberarse. Liberarse del rencor, del odio, del emponzoñamiento. De la rabia, del sinvivir, de la desidia, del veneno. Perdonar significa liberar a los otros de todo aquello de lo que les culpamos para así, liberarnos a nosotros mismos. Liberarnos de todos los sentimientos lastrantes que nos encandenan, que nos secuestran la paz, que nos van matando.
Perdonar es aceptar que lo que pasó, cuando pasó, no pudo pasar de otra manera. Y aquí hay que ampliar mucho el mapa para conectar con esa idea, porque tendemos a quedarnos con una parte de la fotografía completa, porque olvidamos las circunstancias y los contextos, las situaciones/emociones/desequilibrios individuales que desencadenaron las (por supuesto mil veces muy desafortunadas) acciones o palabras.
Pero para perdonar necesitamos aceptar que fue como pudo ser, que no pudo ser de otra manera. Que alguna razón, alguna circunstancia, hizo que eso sucediera así.
Pero para perdonar, tenemos que aceptar pagar un (alto) precio. Tenemos que pagar nuestra paz con toda esa suerte de beneficios-perversiones que nos aporta el no perdonar.
Tenemos que soltar el supuesto control de la situación, tenemos que perder nuestra posición de maestros-castigadores, la justificación de nuestros actos o palabras destructivas, que hasta ahora consideramos justas y merecidas.
Tenemos que deshacernos de la certeza de tener razón, de la conexión mental destructivo-adictiva con esa situación o persona(s). Tenemos que desnudarnos, soltar la coraza con la que el daño nos ha recubierto y con la que vamos por el mundo, blandiendo una póliza a todo riesgo, para que no nos vuelvan a herir.
Viviendo a medias, lanzando dardos, levantando el escudo, rechazando por defecto experiencias, por lo que pueda pasar.
Tenemos, en definitiva, que soltar nuestro papel de víctima, de agraviad@, de ganador(a) moral. Soltar a los otros y liberarnos a nosotros. Hacer todo aquello que esté en nuestra mano para que las situaciones que se puedan convertir en luz, así lo hagan.
Y que las sombras que nacieran de situaciones irreparables, simplemente se fundan en la gran luz, serena, que tenemos la capacidad de construir en nuestro interior.
Solamente perdonando, de corazón, sin sensación de rendición, sin estrategia mental, expectativa emocional o esperanza vacua, nos encontraremos en paz. Solamente en paz, podremos vivir la vida que realmente deseamos, la que merecemos. La que hemos venido a vivir.
Otro día, la otra pata de esta liberación, el perdón a uno mismo.
Fuente con Licencia CC4.0: Vamos a Morir – Perdonar, la liberación para Vivir en paz por Elena.
Usamos Cookies para tu mejor experiencia